Hay dos tipos de éxito.
El que se mantiene.
El que te entierra.
El alce irlandés pensó que estaba en el primer grupo.
Se miró en el reflejo de un lago y pensó:
“Dios, soy imparable.”
Pero lo que no vio fue lo que vendría después.
Un animal que decidió que “grande ande o no ande”.
Unas astas que crecían como si fueran financiadas por capital riesgo.
Un éxito que se convirtió en su peor maldición.
Mientras otras especies se adaptaban, él siguió creciendo.
Y creciendo.
Y creciendo.
Hasta que un día…
Bueno.
Si alguna vez te has preguntado cómo un éxito descomunal puede convertirse en una sentencia de muerte,
Si quieres saber por qué lo que parecía una ventaja épica terminó en tragedia…
Te cuento…
No fue solo el alce.
Es el CEO que infla su empresa como un globo y no sabe dónde está el suelo.
Es el inversor que cree que la racha nunca se rompe.
Es el tipo que se sube a la ola sin mirar qué hay al otro lado.
Crecen.
Se expanden.
Se sienten “intocables”.
Y entonces, un día…
La evolución.
El mercado.
La realidad.
Todo les hace la misma pregunta:
¿Seguro que puedes con esto?
Y la respuesta…
Bueno.
Si crees que esto no te afecta, piénsalo otra vez.
Porque este patrón se repite una y otra vez.
En la naturaleza.
En los negocios.
En las finanzas.
Y en tu vida.
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¿Cómo evitarlo?
El tipo que tiene más posibilidades de sobrevivir es el que ve lo que los demás no ven.
El que entiende que no todo lo grande es bueno.
El que sabe que a veces, menos es más.
¿Donde están ese tipo de personas?
Están en La Habitación 404.
Si esta…
Si quieres saber qué pasó realmente con el alce irlandés.
(y por qué esta historia te afecta más de lo que crees)…
Eso lo descubrirás en La Habitación 404.
Es aqui.
Porque la historia del alce irlandés no es solo suya.
Es la historia de cualquiera que piensa que el éxito es solo crecer, sin preguntarse si puede sostenerlo.
Y cuando la respuesta llega…
Bueno.
La historia siempre termina igual.