Ricky Martin, la mermelada… y Antonio
Isabel Gemio.
Ricky Martin.
Mermelada.
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¿Te suena?
Solo son tres palabras.
Solo tres.
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Pero provocaron uno de los fenómenos virales más potentes que ha visto este país.
Y todo sin redes sociales, sin WhatsApp, sin YouTube.
Se expandió como las grasas saturadas cuando te comes un donut.
Sí.
Así fue.
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No entraré en la historia.
Aunque tengo unas ganas locas de contártela.
Más todavía si eres de los pocos que no conocen el bulo más famoso de la cultura popular española.
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Pero no.
Vamos a contenernos.
Porque ahora es cuando entra en escena Antonio.
Antonio, el sabio de la barra del bar.
Antonio, la voz de la calle.
Antonio, el que afirmaba, rotundo:
“Sí pasó. Yo lo vi.”
Así. Sin pestañear.
Sin pruebas.
Sin matices.
Una afirmación rotunda.
Totalmente cierta.
Indiscutible.
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Hasta que…
Sábado por la noche.
Bar lleno.
Barras pegajosas.
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¿Tú qué pides?
• Yo, gin con kas de limón.
• Yo, vodka con limón.
• ¿Y tú, Antonio?
• Licor 43 con Cocaolat.
Entre ronda y ronda, salta el tema:
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• ¿Has visto lo de Sorpresa Sorpresa?
• ¿Lo de Ricky Martin?
• Dicen que es un bulo, que no es verdad.
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Y Antonio, serio como un santo, dice:
“No, no. Sí que es verdad. Lo vi yo.”
• Pero Antonio… ¿Dónde lo viste?
• Que sí, que lo vi.
• Te lo juro. Por Smoky, por Mafalda, ¡y por el por el pan bimbo sin moho 2 meses después!.
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Nadie lo había visto.
Nadie lo había grabado.
Nadie podía probarlo.
Pero Antonio lo afirmaba con tanta convicción…
que todos lo dimos por bueno.
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Sí, por bueno.
Lo dimos por cierto.
Sin pruebas.
Sin testigos.
Solo porque alguien nos lo dijo con suficiente seguridad.
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Y así funciona todo.
Creemos en lo que nos calma.
En lo que nos emociona.
En lo que nos ofrece una explicación fácil.
Pasa con los bulos.
Pasa con las inversiones milagrosas.
Pasa con los consejos financieros de barra de bar.
El mayor peligro no es que nos mientan.
Es que queramos creerlo.
En Habitación 404 no te vas encontrar leyendas.
Ni historias para que duermas tranquilo.
Esto va de verdades incómodas.
Las que duelen.
Las que liberan.
La elección siempre es tuya:
¿Quieres seguir creyendo porque sí?
¿O prefieres empezar a ver lo que nadie quiere mirar?
La puerta no brilla.
Pero está abierta.