Partido tenso. 9-8 en el marcador.
Quien llegue a 10 gana.
Dos equipos dejando la piel en el campo.
De repente, uno se calienta, pierde los nervios y… ¡balonazo en todos los morros!
El árbitro…
No pita nada.
No saca tarjeta.
No dice ni mu.
¿Cómo va a actuar si no existe?
¿Y cómo puede haber un partido sin árbitro?
Tranquilo, te explico.
No estamos en la final del Mundial.
Estamos en el salón de casa.
Mi hijo y yo.
Un balón oficial es de gomaespuma. (Sí, igual que muchos gurús… que diría el colega Óscar Feito.)
Pero él que recibe el pelotazo en la cara soy yo.
Y en ese momento, me entra un cabreo del quince.
No le saco tarjeta roja, pero sí un "¡a la cama, ya!".
Él protesta (como esos jugadores que hacen una entrada brutal y todavía se quejan al árbitro).
Pero al final, abandona el salón.
35 minutos después, las aguas se calman.
Si el balón hubiera sido de verdad, todavía seguiría ahí metido.
Y todo esto me hizo pensar.
Porque en la vida real, tampoco hay árbitro.
Si tomas malas decisiones con tu dinero… nadie va a pitar falta.
Si te estrellas contra una inversión absurda… nadie va a sacarle amarilla a la empresa que te vendió el humo.
Si sigues gastando como si no hubiera un mañana… nadie te va a obligar a parar.
No hay reglas que te protejan.
No hay VAR que revise la jugada.
Solo tú decides si sigues metiendo la pata o si aprendes a jugar bien este partido.
Por eso metido del lleno en la creación de Habitación 404, a la que próximamente serás bienvenido.
Porque aquí no hay árbitros que te salven, pero sí herramientas para que no sigas pegándote balonazos a ti mismo.
Si sigues gestionando tu dinero igual que hasta ahora, ¿dónde estarás en 5 años?
Si te equivocas, ¿cuánto te va a costar el error?
Piénsalo.
No hay árbitros.
No hay segundas oportunidades.
Y lo que está en juego no es un partido.
Es tu vida financiera.
Si quieres aprender a jugar bien de una vez por todas, entra aquí:
P.D: Nos vemos dentro.